dijous, 28 de febrer del 2008

Catalunya como proyecto




Tàpies 1999



Artículos recientes en estas páginas han planteado la falta de un proyecto de país en Catalunya. Es cierto que la realidad de un país queda configurada por el pasado (herencia, memoria, tradición) y por el futuro (el proyecto compartido). Y puede defenderse que tanto pesan la herencia como el proyecto, no pudiendo prescindirse de ninguno de los dos.

En la Catalunya actual convergen como mínimo tres grandes herencias: la de los “viejos catalanes”, la de los “viejos inmigrantes” y la de los “nuevos inmigrantes”. Si se pertenece a una categoría u otra depende de factores objetivos pero también, y es importante tenerlo presente, de una decisión personal de considerarse una u otra cosa. Con estas herencias y en el contexto sociocultural de nuestro mundo deberá formularse el proyecto. Un proyecto no sólo basado en el voluntarismo de la razón, en cálculos y planes estratégicos, sino también en una dinámica emocional, en un sueño, en una reorientación profunda de perspectivas capaz de movilizar, de aglutinar. 

La diversidad de herencias e influencias puede llevar a una situación de dificultad de vertebrar un proyecto de país (por el repliegue de los distintos grupos sobre ellos mismos, con el consigüiente riesgo de baja cohesión social), o a articular diferentes propuestas diferenciadas para el país. O puede traducirse en un, no tanto por una confrontación como por un ignorarse los unos a los otros.

¿Un proyecto o varios proyectos? Aquí habrá que distinguir niveles. A un nivel más pragmático, la diversidad de proyectos es enriquecedora y motivadora. Pero en una nación sin estado es necesario que en un nivel más global, de mayor perspectiva, se consensue mayoritariamente y se comparta un gran proyecto básico, un proyecto que muestre lo que hay más allá de las fracturas que atraviesan nuestra sociedad (de origen, de generaciones, de territorio, sociales, culturales, etc.). ¿Qué podemos compartir?

Es fácil compartir un territorio, un paisaje. No es tan fácil, pero en nuestro caso es básico, compartir una lengua, una cultura, así como una historia, una tradición. Pero un proyecto necesita algo más para ser tal. Necesita que se compartan unos valores, que devienen referentes cualitativos y aglutinantes del proyecto. Sin valores, no hay proyecto. Los valores son decisivos para conformar nuestra identidad colectiva i nuestro proyecto de país. El proyecto es un conjunto de propuestas operativas con capacidad de movilización mayoritaria, pero descansa ineludiblemente sobre este múltiple pedestal: territorio, lengua, tradición y valores.

El tema pasa a ser, pues: ¿Qué valores podemos y deseamos compartir? No se trata sólo de los valores que configuran el proyecto personal de cada cual, sino de los valores que queremos compartir como colectivo. Que queremos que nos caractericen. A título de ejemplo, sugeriría los siguientes: el respeto por la belleza del paisaje natural y urbano; el respeto por el patrimonio cultural heredado, tanto del específico de Catalunya como del que proviene de otros contextos historicos y culturales; la convivencia cívica y el respeto a la libertad del otro; la solidaridad con los pobres (locales y de otras regiones del mundo); la voluntad de compartir itinerarios vitales (no vivir cada cual su vida en soledad, sino compartir la vida con otros); la honestidad y el respeto hacia uno mismo y hacia los demás (o sea la sinceridad, el ser “buenas personas”, el no engañar, el no mentir, el no hacer trampas, el tener palabra, el amar al otro respetándole, el no hacer ruido, el no drogarse, el rechazar la hipocresía, el hacer bien el trabajo, etc); el respetar el equilibrio entre trabajar y vivir (saborear la vida y cuidar a la família, y también a uno mismo); apostar por la construcción de una vida colectiva con sentido, que motive, que genere ilusión de pertenecer a nuestro pueblo.

En base a estos valores puede plantearse un proyecto de país capaz de evitar las situaciones sociales de exclusión, que cuida su paisaje, que trabaja y goza equilibradamente, con un sistema educativo y sanitario austero pero eficaz, con una vida política lo más descentralizada posible, con una vida cultural máximamente activa y unos medios de comunicación al servicio de esta vida cultural y que facilita a las personas que se construyan lo mejor posible a sí mísmas.

Es necesario pues un potente y aglutinante proyecto de país capaz de contrarrestar las tendencias al debilitamiento, a la dispersión y a las rupturas. Pero la articulación de este proyecto común pasa inevitablemente por una dinámica de renuncias, a partir de la cual es posible generar novedad y construir proyecto. Para unos, pasa por ser flexibles, integradores, abiertos, capaces de reconfigurar su identidad; para otros, pasa por aceptar compartir un proyecto que no responde exactamente a su herencia, pero que aceptan por respeto a una cultura que tiene derecho a sobrevivir y a proyectarse en el futuro.


(Una versió més breu d'aquest text va ser publicada a La Vanguardia el 2 d'octubre de 2007)