divendres, 22 de setembre del 2017

Coses veritables



Leonardo 1505


En Gabriel Magalhaes escrivia el següent a La Vanguardia del 22.05.2010:

"El otro día salí de casa en busca de una cosa verdadera y no encontré ni una. Cosas reales sí había, claro. Pero esos instantes de lucidez superior a los que la cultura occidental llama “verdades” han dejado de existir. La voluntad de ensueño que preside a una ciudad contemporánea es tan grande que lo verdadero se ha evaporado de nuestras calles. Las tiendas son sistemas de espejismos. Entrar en un local es como abrir un libro de cuentos de hadas.

Y los coches que circulan seguro que contienen alguna verdad mecánica en el secreto de sus motores, pero los envuelve el diseño: la carrocería centelleante. También los automóviles terminan siendo fantasías. Un coche se torna una aureola de la personalidad: antifaz en movimiento.

No obstante, lo más soñado de todo, lo más irreal son las personas. Las vemos en las calles como si cada una fuera la protagonista de una película invisible.Todos corren en busca de su gran plano. Y, para alcanzar el éxito, nos falsificamos con piercings o con corbatas: depende de la película en la que uno pretenda participar.

De forma que, entre las personas disfrazadas de sí mismas, las tiendas con sus escaparates galácticos, los coches con sus destellos diseñados y las pancartas publicitarias, se ha formado una gran conspiración para que nada sea verdad. Por la noche, la luz de las farolas también participa en la conjura. La luminosidad de las calles es el maquillaje de los escenarios urbanos.

¿Qué diría Platón si nos viera metidos en esta enorme caverna de falsas ilusiones? En el fondo, hemos ejecutado a Sócrates por segunda vez. Tantos esfuerzos que se han hecho en la cultura occidental, a lo largo de los siglos, para vivir la aventura de la verdad. Tantos filósofos, tantos científicos, tantos escritores y también esos escafandristas de las verdades más escondidas que son los místicos. Todo para nada. Todo para este actual ensueño embobado.

Lo que está pasando es como una explosión nuclear de las imágenes de los televisores. La televisión es la naranja inicial del big bang de la irrealidad contemporánea. Cuando conectamos el aparato, ya no logramos desconectarlo. El programa que estábamos viendo sigue su curso en nuestras vidas. Las pantallas nos acosan por todas partes. Y después están los ordenadores e internet como otros Rocinantes del quijotismo fantasmal de la actualidad.

Todos estamos un poco locos. Vernos a nosotros mismos y ser vistos es lo esencial. Da pena pensar en los millares de turistas que fotografían la Gioconda en el Louvre, sin darse unos minutos para mirarla. La biografía se nos transforma en un álbum, en un vídeo. Los hombres del pasado se convirtieron en polvo; nosotros nos convertimos en el polvo luminoso de imágenes que también se olvidarán."