"Hemos evocado la crítica de Marcel Légaut (1900-1990) al Concilio Ecuménico Vaticano II, así como la visión y posición cristiana desde la que la hace. ¿Cuál es su propuesta, aunque algunos elementos de la misma ya han ido saliendo? La podríamos resumir en una frase: hacer hoy ––como Iglesia o, mejor, como Iglesias, abarcando a todas–– lo que no se ha hecho en veinte siglos. Y podemos desagregar este hacer, para su abordaje, en las cinco necesidades y tareas siguientes.
1. Cultivar la profundización humana y acompañar en ella al ser humano
Sin profundización humana, no es posible una espiritualidad humana digna de este nombre. Por ello la Iglesia como comunidad e institución, so pena de faltar a su misión, tiene que cultivar esta profundización humana como quehacer cotidiano, suscitarla en sus miembros y en todos los seres humanos que la escuchan, y acompañarla, cosa que la Iglesia no ha hecho y en lo que ha faltado gravemente. «Una deficiencia grave de la Iglesia después de siglos: haber dejado de cultivar la profundización humana». Así reza un epígrafe de Mutation de l’Église et conversión personnelle. Y bajo dicho epígrafe escribe Légaut: «Esta necesidad nunca ha sido particularmente afirmada en la Iglesia. Nunca ha cultivado con aplicación en sus miembros la interioridad sin la cual esta profundización es imposible». La acusación es bien grave pero es real pues afirma y reitera que la Iglesia ha fallado en algo esencial a su misión.
2. Recuperar la dimensión humana de Jesús
Un Jesús no conocido en su humanidad es una realidad más cerebral y afectiva que otra cosa de cara a la espiritualidad; y como tal no la permite aunque lo parezca porque se presenta como creencial y divina pero, por ello mismo, como sobrenaturalmente extrapolada y humanamente inasequible. De ahí la gravedad de la carencia. Y este Jesús, carente de humanidad real, es el que la Iglesia ha conocido y presentado durante prácticamente toda su existencia, el Cristo de la creencia y de la teología, personaje divino en el que lo humano fue apariencia (docetismo).
Esto es lo que pasa cuando, para conocer a Jesús, se parte del "Cristo de la fe”, o de las teologías. Pero igualmente sucede cuando se parte del “Jesús de la historia” o de los historiadores, como si ella y ellos pudieran captar y reflejar lo que en él hubo de espiritual e inexpresable. Sólo conociéndolo en su humanidad, como lo conocieron sus primeros seguidores y, ojalá, conociéndolo incluso mejor que ellos, es como se puede conocer lo que Jesús realmente fue y sigue resultando inspirador
para los hombres y mujeres de hoy.
3. Conocer críticamente la historia del cristianismo como Iglesia y tradición
Dada la distorsión espiritual experimentada por el cristianismo desde muy temprano, casi desde sus orígenes, conocer críticamente esta historia y asumirla, así conocida, como la propia historia es fundamental para poder ser hoy hombres y mujeres cristianos plenamente humanos, plenamente realizados. Lo contrario es dar por bueno el cristianismo doctrinal y moral, heredado al percibirlo como dogmático y providencial, obra del Espíritu, y seguir trasmitiéndolo así, sin más preguntas ni cuestionamientos que los que se refieren a su actualización y renovación, y esto de tiempo en tiempo, lo cual es radicalmente insuficiente de cara a ser seres plenos y totales.
4. Conocer en profundidad la época actual como época de crisis y de búsqueda de la realización humana
Esta es una necesidad de primer orden. Sin ella no hay espiritualidad que signifique o que sea un existir humano pleno. Al contrario, lo que se propone como tal es una teoría, una doctrina —ideología, en términos de Légaut— que lo que busca es su aceptación e internalización; una vida de acuerdo a normas siempre externas, no la vida desarrollándose a partir de su dimensión más profunda, como una creación.
Una espiritualidad sin el conocimiento integral, humano, social, cultural y profundo, esto es, espiritual, de la propia época, es una contradictio in terminis, y como tal, es imposible. El argumento de que, aunque sea anacrónica, siempre será
espiritual, no vale. Una espiritualidad anacrónica es siempre abstracta, teórica, ideológica y, como tal, no es espiritual. Una espiritualidad solo es verdadera si es hija de su tiempo o si es avance y adelanto del que viene; y no lo es si es anacrónica en el sentido de que es algo del pasado.
5. Mutación de la Iglesia y conversión personal
Cada tarea anterior responde, por así decir, a un reto específico. La mutación de la Iglesia, también. Si la falla de la Iglesia viene desde un comienzo, y en este sentido es estructural y casi congénita, no es una reforma lo que puede superarla, por profunda y radical que sea, sino una mutación, un cambio total en la naturaleza y función de la Iglesia, en su ser y quehacer más profundo, que no le va a permitir reconocerse en lo que históricamente ha sido. ¡Tal es el calibre del cambio o transformación que la Iglesia tiene que sufrir!
La Iglesia que tiene que surgir de la mutación tiene que ser totalmente diferente: una comunidad de hombres y mujeres humanos y por tanto espirituales al estilo de Jesús; comunidad llamada, como él, a suscitar la dimensión más profunda que hay en todo ser humano y a acompañarle en su realización; no una institución religiosa que, por definición, solo puede ver al ser humano en términos creenciales y acompañarlo en esos mismos términos, proponiéndole una doctrina y una moral, sin sospechar siquiera de su fondo espiritual ya existente. Para abrirse a ello, la Iglesia tiene que sufrir una mutación, que debe significar para ella un «segundo nacimiento»."
José Amando Robles a Un Concilio tan necesario como insuficiente. Crítica de M. Légaut al Concilio Ecuménico Vaticano II, "Boletines de la Diáspora" 4, setembre de 2020.
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