Rouault 1945 |
"Oh Señor, Tú sostienes con tu mano
todos nuestros momentos, sin cansancio ni olvido:
cada instante nos sacas de la nada,
nos haces nuevamente,
concitando las mil casualidades
que hacen que un cuerpo vivo pueda seguirlo siendo.
... Y todo ¿ para qué? Para poder seguir
gastando vida y vida inútilmente,
para dar pasos vanos,
para volvernos contra la mano que nos alza,
para, lo que es peor, olvidarte, y sentados
en Tu mano creer que nos lo somos todo.
Y Tú no te fatigas
y a tus hijos mimados sigues soplando el fuego
sin dormir, ni olvidarte del más bajo
como todos de Ti...
Y eso no solamente es a nosotros,
en quienes te contemplas y quizá un día te amen.
Tú sostienes los miles de flores no miradas,
los ríos, aves y árboles; las olas y los vientos.
¡Oh, cómo te desvelas atizando la lumbre
de un insecto que pudo lo mismo no haber sido!
Acudes de uno en otro:
de la piedra ignorada en el fondo del agua
al gusano que roe su madera
como si eso pudiera serle contado un día.
Pienso el viento en el mar,
clamando en soledad siglos y siglos
–para dejarlo todo lo mismo que al principio-,
desde el día que hablaste hasta el que calles:
¡Oh! ¿Cómo no te olvidas siquiera un solo instante,
pues que nadie te mira y nada ha de quedar?
Si yo toco una piedra
Tú me la has sostenido durante miles de años,
velando cada día para que hoy estuviese.
¡Y tantas, tantas cosas,
tantos ríos corriendo sin descanso,
sin pararse a tomar aliento nunca,
tantos bosques y pájaros sin cesar floreciendo
por si algún día un hombre los mirase al pasar!
Sí; las cosas renacen de nuevo en cada instante
y ese bullir divino nos las hace ver vivas.
Vivas: o sea, alzadas
en vilo por la mano del Señor,
con temblor de su sangre.
Vivas: o sea, al borde de la muerte,
que se intuye debajo de esa mano,
si se apartara un día.
(En el fondo de vuestro corazón,
¿no teméis de las cosas
que puedan sepultarse de repente en la nada?)
Y la mano de Dios también está en la muerte.
Sabedlo bien: la muerte no es el olvido súbito
de la mano de Dios, por negligencia
que nos deja caer en los abismos
al quedar separados de su fuente de ser.
Eso no está en su amor.
Ved la muerte; mirad cómo Dios nos la endulza
y nos lleva hacia ella de la mano,
cómo nos la prepara antes; igual que un lecho...
Ni aun esos que tropiezan con una muerte fuera
estaban ese instante dejados de su mano."
José María Valverde, Salmo de la mano de Dios (1945)
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